22 ago 2010

Poder olvidar es tan importante como poder recordar.


El olvido es quizás el aspecto más prominente de la memoria. Podemos contar toda nuestra infancia y adolescencia (aun siendo estas etapas en las cuales vivimos aspectos críticos de nuestras vidas) en no más de unas horas. Aunque durante ese tiempo hayamos aprendido a hablar, a caminar, a experimentar el calor de nuestros padres, el amor, la tristeza y la amistad, lo olvidamos casi todo.
En el célebre cuento de Borges, “Funes el memorioso”, lo que se pone en cuestión no es tanto lo que el pobre Ireneo era capaz de recordar, sino, más bien, lo que era incapaz de olvidar. O mejor, su imposibilidad de transformar los vastos recuerdos en pensamiento (“ Pensar , dice el narrador, es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer” ).
Ireneo Funes no podía pasar por alto lo irrelevante, ni establecer asociaciones, ni construir ideas generales de las cosas. Para los seres humanos, poder olvidar es tan importante como poder recordar.
Si nuestro sistema nervioso no hubiese desarrollado mecanismos para evitar formar ciertas memorias irrelevantes y para intentar olvidar algunas otras, sería difícil no sucumbir en un estilo de vida como el de Funes.
Algunos olvidos son intencionales , establecidos por sistemas inhibitorios en el cerebro para suprimir memorias. En un estudio reciente de la Universidad de Stanford, se observó a través de neuroimágenes que cuando se pedía a los participantes que activamente suprimieran ciertas memorias, había una gran activación de la corteza prefrontal (la parte más anterior de nuestro cerebro) y una menor activación del hipocampo (una estructura que es central para la consolidación de nuevas memorias). Estos mecanismos inhibitorios comparten estructuras con los mecanismos involucrados en la inhibición de los movimientos : por ejemplo, si vemos que una maceta está por caerse del marco de la ventana, tendemos a intentar atraparla, pero podemos inhibir ese movimiento si nos damos cuenta de que la planta es un cactus.
“Otros olvidos son producidos por nuestro cerebro por cuenta propia sin que le pidamos nada; el cerebro se encarga de tornar inaccesible la evocación de ciertas memorias”, dice Iván Izquierdo, un gran investigador argentino.
Esto no ocurre con memorias asociadas a emociones intensas.
Todos recordamos qué estábamos haciendo cuando se sucedieron los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York en el 2001 y, sin embargo, apenas podemos recordar la tarde de ayer.
Múltiples experimentos han demostrado que las memorias asociadas a una carga emocional intensa logran una mejor consolidación , puesto que dichas emociones disparan cascadas químicas y fisiológicas en nuestro organismo que favorecen la formación de nuevas memorias. Esto último ha permitido el desarrollo de originales líneas de investigación destinadas al tratamiento de pacientes con estrés postraumático.
En el cuento de Borges, Ireneo Funes le confiesa al narrador: “Mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras”. En el sabio provecho del recuerdo de ese pasado en el presente -eso que Funes el memorioso no pudo lograr- se encuentra una de las claves de nuestro futuro
Facundo Manes / Director del Instituto de Neurología Cognitiva (NECO) y del Instituto de Neuciencias de la Universidad Favaloro, en Argentina / "Clarín" (2010).