18 ago 2010

Dios mío, tu iglesia… Padre nuestro.



Dios mío, Padrenuestro que estás en los cielos, ¿cuántas cosas que has escuchado ya a través de estos siglos? En esta oración necesito poner, especialmente, en tus manos al cuerpo de ministros de la iglesia, junto con cada una de las personas que pone todo lo mejor de si para ayudar a la iglesia, que está a tu servicio, al servicio de los demás, junto a tantas personas que participan y celebran su fe. Santificado sea tu nombre.

¡Dios amoroso, te necesitamos tanto! Laicos y ministros nos enfrentamos unos con otros porque exigimos que la otra persona haga las cosas como cada uno cree que la otra persona las tiene que hacer, porque yo lo digo, porque yo mando, porque sí, porque es así, porque yo estoy para esto, porque así es como se hacen las cosas en la iglesia, o incluso decimos, porque así es como Dios hace las cosas, ¿por qué somos tan cobardes que te hacemos responsable de todo nuestro pecado y nuestra maldad? Venga a nosotros tu reino.

Dios de vida, somos intolerantes, irrespetuosos, autoritarios. Perdón, Dios de misericordia, porque cada persona cree que defiende tu voluntad, tu verdad, tu causa, y cada persona lucha por poner en práctica su forma entender tu palabra en nuestro mundo, cada persona cree que la iglesia con la que sueña es la iglesia con la que vos soñás, cada persona hace lo que quiere y lo mejor que le viene en gana. Perdón, por tanta falta de afecto y tanta necesidad de protagonismo. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

Dios de paz, perdón porque nos refugiamos en la ley, en las actas, en los estatutos, en los reglamentos, porque no dialogamos, porque no podemos sentarnos a charlar juntos, porque no nos tenemos respeto, porque no podemos abrazarnos, porque tenemos miedo, porque no sabemos cuanto tiempo mas vamos a tener trabajo, ¿por qué vivimos tan lejos del evangelio de tu hijo Jesucristo? El pan nuestro de cada día dánoslo hoy.

Dios fiel y sincero, manifiesta tu Espíritu Santo entre nosotros con la fuerza de un huracán para que nos levante del piso firme de nuestras seguridades personales, nuestros egoísmos, nuestras hipocrecías, nos muestre lo que somos y cómo somos, para que cada una de nuestras debilidades y pecados sea motivo de enriquecimiento como cuerpo al trabajar sobre ellas, al ponerlas sobre la mesa, al exponernos a la mirada de la otra persona, al reconocer lo que nos pasa y decir lo que sentimos, al dejarnos supervisar y revisar en marco del amor y el respeto de lo unos por los otros, al pedir perdón y dejarnos perdonar a la luz de tu mensaje de vida eterna. Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Dios paciente, ayudanos a escucharnos, a dejarnos hablar, a pedirnos perdón, a decirnos las cosas, a administrar la palabra, los sacramentos, y especialmente el perdón, entre nosotros. Jesús hermano, tus lágrimas, tu dolor, tu pasión, tu convicción y tu muerte nos dan fuerzas pero también nos fortalecen a cada uno y cada una en sus propias lágrimas, en nuestros dolores, en nuestras pasiones, en nuestras convicciones, en nuestras enfermedades, en la muerte. No nos dejes caer en tentación.

Señor viviente, tu cruz nos da esperanza pero también nos divide, a unos los afianza en su resignación y en su encierro, a otros los involucra de lleno en las pasiones cotidianas de la vida de la gente convencidos de ser pequeños Cristos caminando entre las rutinas de la gente, ¿pero cuántas veces cada uno justifica su propio dolor, sus propias razones, su propia frustración y tristeza consolándose con tus sufrimientos y tu soledad? Dios justo, solamente vos tenés la última palabra y nosotros tenemos el amor, incluso por encima de la fe y la esperanza, como única vara para medir todas las cosas. Más líbranos del mal.

Dios querido, perdón porque estamos divididos por nuestras formas de entender tu Palabra, porque entendemos de forma distinta la función de la iglesia, pensamos de forma diferente sobre cómo llevar adelante nuestros ministerios, porque somos portadores de los malestares, prejuicios y conflictos de nuestras comunidades y de las instancias de decisión en las que participamos en la institución. No es el hecho de que pensemos, creamos y vivamos de manera diferente lo que me preocupa, es el hecho de que no sepamos aceptarnos por ser distintos lo que me angustia. Dios creador, permite que podamos ayudar a nuestras comunidades a conversar sin comprar los discursos incondicionalmente, a revisar cada historia, y especialmente, ayudanos a no hacernos cargo de forma personal e individual, en soledad, de procesos que necesita elaborar nuestra sociedad, en los que necesitamos participar como comunidad, como parte del pueblo para cambiar n uestro mundo, aunque la historia permanezca eternamente en tus manos, porque así vamos a crecer como cristianos, como iglesia, en el testimonio, en la vida de fe, en la comunión. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

Jorge Weishein
Red de liturgia del CLAI
2009