Ese 2 de Abril estaba en la ciudad de La Plata, preparando mi inminente casamiento y observaba silenciosamente la exaltación del Gobierno militar, la población y el periodismo por la ocupación de las olvidadas Islas Malvinas. Las consecuencias de esa veleidosa estupidez geopolítica consistió en cientos de muertos (y, todavía, ex-combatientes estigmatizados) y la pronta terminación de la dictadura en 1983. En este contexto, siempre me agradó leer y debatir con mis alumnos el poema de J. L. Borges...
"Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en
distintos países, cada uno provisto de lealtades,
de queridas memorias, de un pasado
sin duda heroico, de derechos, de agravios,
de una mitología peculiar, de próceres de
bronce, de aniversarios, de demagogos y de
símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos,
auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al
río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad
por la que caminó Father Brown.
Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que
le había sido revelado en un aula
de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron
una sola vez cara a cara, en unas
islas demasiado famosas, y cada
uno de los dos fue Caín,
y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve
y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en
un tiempo que no podemos entender".